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Los custodios del Guadiana
Agustín lleva 35 años trabajando en la Confederación Hidrográfica del Guadiana como agente medioambiental. Tiene mucha experiencia, cualidad que le ha servido para llegar a ser Coordinador de Sector en el Alto Guadiana. Más responsabilidad, más trabajo. Pero, como él mismo dice "sarna con gusto no pica". Estamos a principios de mayo y se presenta un mes complicado por la cantidad de informes que hay que sacar adelante.
Comienza una nueva semana. Es lunes y Agustin ha quedado muy temprano en un restaurante de carretera de Consuegra. Se ha citado con un compañero que debe entregarle unos informes muy importantes para un tema de pozos en la zona de Tomelloso y papeles de caudalímetros. Agustín y Juan toman un café mientras repasan las fotografías y los datos que contiene uno de los informes para conocer con exactitud donde se encuentra el problema. Tras dialogar del mal partido del Atlético en la tarde del sábado, Agustín se despide y coge su todoterreno para poner rumbo a la oficina de Ciudad Real.
Tras cincuenta y cinco minutos de conducir por la Nacional 401, llega a su destino. Han sido setenta kilómetros de curvas y una parada intermedia para charlar con los compañeros que velan por la seguridad de la presa de Gasset, tras desviarse en Fernán Caballero, histórica villa vinculada a la Orden de Calatrava. Antes de bajarse del Nissan, Agustín recibe una llamada que proviene del edificio que tiene frente a sus ojos. En el laboratorio esperan con urgencia una toma de agua de un afluente del Cigüela y Agustín se apresura a decirles que la tendrán en cinco minutos.
Tras saludar al personal de seguridad de la garita, se adentra en los largos pasillos para buscar el departamento de Análisis y Laboratorio. Allí entrega la muestra que le había dado esta mañana Juan y con cierta premura se dirige al Área de Gestión Medioambiental para solventar una serie de informes. Mientras departe con los responsables, toma el segundo café de la mañana. Hasta la hora de la comida, le quedan todavía muchas gestiones que realizar por lo que es el momento de tomar fuerzas. Algunos informes han sido admitidos debido a que están correctos, pero otros se vuelven con él de vuelta a casa. Algunos aspectos han de ser ampliados de forma más detallada para que el departamento jurídico no los devuelva por errores en el procedimiento.
A media mañana, toca poner rumbo a su próximo destino. Es la presa de Peñarroya. Agustín ha quedado, sobre la una de la tarde, con seis de sus agentes medioambientales para planificar varios temas pendientes en la zona. Son casi cien kilómetros, aunque mucho del recorrido es por la A-43 con lo que no llegará tarde a su cita. A su paso por Daimiel repasa en su mente la cantidad de veces que ha tenido que vigilar los espacios exteriores del Parque Nacional de las Tablas de Daimiel y lo que le preocupa su situación actual. Tras llegar a Manzanares se dirige a Argamasilla de Alba y piensa por un momento que montado en su todoterreno podría ser la versión moderna del Quijote, pues recorre todos los días esas tierras de un lado para otro. Eso sí, sin lanza ni Sancho que le acompañe.
Llega a la oficina de trabajo, situada a escasos metros del bello embalse de Peñarroya, dominado por el imponente castillo que un día fuera refugio de la Orden de San Juan y de Santiago, donde cuenta la leyenda que se encontró la imagen de la Señora de Peñarroya. Pues allí, a escasos metros y ajenos a estas historias, se encuentran en animada charla los agentes que ha citado como cada semana Agustin. Tras saludarlos, se dirige presto a la sala de reuniones. Es hombre manchego puro, directo, sin preámbulos, sin parafernalia.

En la pequeña sala de reuniones va atendiendo a cada uno de ellos. Mientras depura el trabajo, los restantes se distribuyen por las salas contiguas para seguir haciendo sus gestiones. La oficina es un hervidero de consultas, peticiones, reclamaciones y solicitudes entre ellos mismos. Es el día a día de su trabajo. Tras salir de la sala para hacer unas fotocopias, Agustin atiende varias llamadas que le van a suponer un esfuerzo más a lo largo del día. Uno de sus hombres le ha pedido que le acompañe a revisar unos terrenos por la zona del poblado de Cinco Casas donde tienen varios caudalímetros recién instalados.
Son las dos de la tarde y media de la tarde y aún le queda un agente por atender. El resto ya ha salido con sus vehículos a hacer su trabajo de campo rutinario. Tras depurar toda la documentación que le pasa el último agente y cerrar la cancela exterior, se encamina hacia Argamasilla de Alba. Allí aprovechará para comer en uno de los puntos estratégicos más destacados de la vida y milagros del caballero de la triste figura.
Son las cuatro y media de la tarde. Agustin ha quedado con Javier en un cruce de caminos cercano a Cinco Casas donde hay un restaurante de carretera muy conocido. Le invita a entrar para degustar un café mientras preparan la visita que tienen prevista hacer en unos minutos. Tras la breve charla, se dirigen a las extensiones de terreno donde tienen que revisar los caudalímetros instalados hace unas semanas. Es una visita rutinaria, pero es necesario comprobar que todo está correcto. Cuando están enfrascados en la revisión, un ruido extraño les pone en alerta. Suena como a motor viejo, pero es un ruido muy característico. Javier y Agustín otean el horizonte y comprueban que hay una raída casetilla en la misma dirección de donde procede el sonido.
Tras empujar la corroída verja que hace las veces de puerta, se encuentran un gran motor que mediante correas está sacando agua de un pozo. Realizan una inspección ocular y no encuentran nada que les permitan confirmar que existe un mínimo de legalidad en todo lo que tienen ante sus ojos. Javier hace una foto para un posible informe mientras que Agustín ve como el dueño de la finca se acerca con cara de pocos amigos y vociferando algo ininteligible. Tras un pequeño forcejeo para impedir que cerrara la casetilla con un candado, Agustin -con su experiencia en estas situaciones- logra bajar los ánimos y llevar por el camino de la cordura y la sensatez el momento de tensión. Tras explicarle la situación, le recomienda al dueño que legalice la situación y que él mismo le ayudará a gestionar todo el papeleo necesario para tener todo en regla.
Después de recoger todos los datos y darle su teléfono, Javier y Agustin salen de la finca en dirección a sus vehículos. Son casi las seis de la tarde y se despiden recordando todo lo que tienen pendiente para los próximos días. Agustin busca la autovía para dirigirse a su casa de Consuegra, aunque por el camino sigue dándole vueltas al incidente que acaba de vivir. Desgraciadamente son muchos los que lleva encima de sus hombros, pero confía en que poco a poco la situación cambie para mejor.
Entre pensamientos y deseos llega a Consuegra. Antes de dirigirse a casa, Agustin se toma un refrigerio en el bar que frecuenta habitualmente. Allí habla con conocidos del pueblo sobre fútbol y el tiempo tan inapropiado que hace para las fechas en que estamos. Tras la amena charla se dirige a casa para darse una buena ducha y descansar que mañana espera otro día en la oficina del Guadiana.
